En el umbral de péndulo

Las plumas se acomodan
se pegan con saliva,
pero sirve lo mismo
cualquier otro fluido,
de los muchos
que el cuerpo proporciona.

Las plumas no son tanto
en realidad son besos,
pero sirve lo mismo
cualquier otra caricia.

La cosa es que con plumas
y fluidos diversos
se fabrican las alas.

En completo desorden
o en riguroso turno
los amantes expertos
fabrican mutuas alas,
cuando tienen talento,
cuando no tienen prisa,
porque para esta magia
de hacer alas de besos,
se exige que los besos
se den en cierta forma
-y que igual se reciban –

(si se dice la técnica,
parece ser sencilla)

– Como en una olla express,
la sangre dentro de uno
debe hervir suavemente
a altas temperaturas… 
y a punto de explosión..
debe salir a besos
convertibles en plumas.

Rampantes, kilométricos,
resbalosos, traviesos,
curiosos y perversos,
rinconeros, dispersos,
juguetones e  inquietos,
y muy, pero muy lentos,
y mutuos, más que nada
y tiernos, más que mucho.

Hacer alas de besos
requiere mucho tiempo,
concentración…

pero está prohibidísimo
que requiera de esfuerzo,
los besos para alas
deben ser…naturales,
y fluir suavemente
como si la presión
no llegara a importarles.

…………………………….

Con murmullos selváticos
y suaves ronroneos,
juegan al intercambio
de fluidos y aleteos,
y se van elevando
como una luna lenta,
como una sinfonía,
como un pacto suicida
a un sol, no muy lejano.

Si se sienten divinos,
no están equivocados,
un poco como dioses
un poco más, que humanos,
etéreos, como notas
que se elevan de un piano.
Más allá de la carne
de la piel y el pecado,
más allá de la vida.
En un limbo sensual,
altísimo y sagrado.

…………………………..

Y luego… caer en cuenta
que ni eso es suficiente,
si encontramos un punto
mas allá de la vida
hay que encontrar caricias
que nos lleven…
mas allá de la muerte,
y que tengan camino de regreso
– por repetir la suerte-.

Como cualquiera sabe
la muerte nos habita,
nos sonríe socarrona
cada vez que nos gana
la lujuria o la prisa,
nos aprieta el estómago,
la piel se nos enchina,
nos da vértigo y náusea,
nos da -amor a la vida-
nos da debilidad,
nos va degenerando,
nos roba un día
– cada día –
Pinche muerte culera
traidora y homicida.

Por eso hay que saber
burlarse de ella.
Por eso los amantes
juegan mucho
“a la muerte chiquita”…

No es una braza lenta
– es un incendio –
una búsqueda loca, enfebrecida,
es dejarse caer, perder el miedo
al abismo de esencia primitiva,
a la pasión voraz, al torbellino,
a la dicha rampante
del más puro egoísmo…

Que el otro, la pareja, en este juego,
es un mero instrumento.
Y el amor, si se tiene, se hace a un lado,
por convertir en garras a los dedos.

El otro, la pareja, es un pretexto,
un camino que pasa por su cuerpo,
por su complicidad,
por los juegos del otro 
que rara vez son nuestros.
Si pudimos ser cielo…
– también mierda –
En nuestra podredumbre
está la muerte,
que observa divertida la comedia
del sexo primitivo con visos de tragedia.
De morir un momento ¡De mentiras!
de sentir que la muerte…
¡nos la pela!

Y aunque tarde, o  temprano
será cierto, (literalmente cierto)…
Por lo pronto “vivimos” a la muerte
con premeditación y alevosía,
con lujo de violencia,
y todas, las agravantes, que se puedan.
La gula, la codicia,
el paroxismo del sacrificio azteca.
El banquete voraz de los amantes
con postres palpitantes en la mesa.

……………………………………

Uno y otro, se miran fijamente,
y deciden qué tanto y hasta a dónde,
hundirse o despegarse de la tierra.  
El confort habitual, lo cotidiano
– siempre vale la pena –
pero el postre… la sal… el aderezo,
la aventura… el pecado…
los excesos;
el péndulo de un extremo
hasta otro extremo…
la distancia del beso… a la mordida, 
el espacio entre el cielo… y el infierno,
la ternura… o violencia,
la paciencia… o la prisa…

Decidir qué tanto y hasta a dónde.
Que hay que amarse completos
hacia fuera, y adentro
hacia abajo, y arriba.
Hay que hacer el trayecto
mil veces, y otras tantas,
este día y el siguiente…
de inspiración divina…
o voluntad suicida.
Que no quede en el intento la ternura
que no quede una gula, por vivirla.